viernes, 14 de agosto de 2009

Voto Nulo: el rostro de la inconformidad

Adriana G. Alonso Rivera



El presente es un artículo que me publicó el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública (CESOP) en el mes de Julio de 2009, he de confiarles que esta es la redacción original ya que en el artículo que aparece en la revista el editor se esforzó por destrozar mi estilo de redacción. Aquí les dejo el texto original y me despido de ustedes con un cordial saludo.




“No se fracasa si existe un comienzo”, enuncia la frase acertadamente. Sin embargo cuando el comienzo se torna interminable, es lógico que surja el desencanto.

Mucho se habla del voto como llave de entrada a la democracia, lo que es razonable si consideramos que es un acto que permite recoger las preferencias de los individuos y determinar la o las alternativas más deseadas de representación.

Pero ¿qué pasa cuando una parte considerable de la ciudadanía, observa representados todo tipo de intereses, menos el común? O, del mismo modo, ¿qué pasa cuando el individuo percibe vivir en democracia y ser ciudadano en pleno uso de sus derechos políticos sólo en tiempos electorales, es decir, siente escuchar su voz sólo cuando su voto es perseguido por un candidato o una fuerza política? La respuesta se traduce en apatía, indiferencia y rechazo[1], en términos de participación directa en los asuntos de interés público, y abstención y anulación[2] del sufragio en términos electorales.

“Democracia y participación ciudadana son dos conceptos que se entrelazan de tal forma que el primero no existe sin el segundo”[3]. Lo que quiere decir, que la participación política es un elemento fundamental en un sistema Democrático, ya sea a través de la elección de representantes o de acciones que buscan influir en las decisiones de estos. Un sistema político democrático debe asegurar (o al menos facilitar) la conexión entre las preferencias de los ciudadanos y las decisiones que se toman.

“Los votos construirán gobiernos” mencionó José Woldemberg hace unos días como razón para sufragar. No hace falta ser científico social para saber que un gobierno democrático se construye desde la ciudadanía. El sufragio es solo el comienzo; un sistema realmente democrático debe favorecer la máxima implicación de los ciudadanos en la definición de las leyes, los programas y las políticas. Una parte considerable del electorado Mexicano está conciente de esto[4] y es por ello que la falta de mecanismos formales de participación e influencia ciudadana se convierte en una de las innumerables razones por las cuales se siente inconforme.

“Hace poco que el sufragio cuenta”, otra razón con la cual Woldemberg invitaba al electorado a emitir y no anular su sufragio. En efecto, digamos que tenemos la llave, pero ¿de qué nos sirve cuando al parecer nos encontramos destinados a permanecer en el umbral? Si la crisis, parafraseando a Gramsci, es cuando lo viejo no termina de irse y lo nuevo no termina de llegar, pareciera por un lado que su presencia es inminente en términos democráticos y por otro, no sería ningún disparate afirmar que el “novísimo sufragio contable” se añeja y dista mucho de “contar” en términos de influencia real sobre las decisiones que finalmente se toman. O ¿es acaso que se diferencian las decisiones tomadas por los ciudadanos de las decisiones tomadas por la clase política?

Es por estas razones y seguramente muchas más que el electorado Mexicano decidió esta vez voltear la mirada hacia el que quizá sea el primer movimiento organizado del siglo a escala nacional en pro de la exigencia de un replanteamiento de lo que el sufragio, la participación ciudadana, y el quehacer representativo acarrean consigo, en otras palabras, un replanteamiento de lo que la Democracia Mexicana debería representar: la campaña del voto nulo.

Esta campaña dio inicio a finales del mes de Mayo y fue promovida por poco más de 30 organismos de la sociedad civil, así como por algunos especialistas en materia social como Denisse Dresser, Sergio Aguayo y José Antonio Crespo.

Así mismo manifestaban como razones principales de anulación: la falta de representación real, el negativo desempeño de la clase política, la ausencia de mecanismos democráticos tanto en el sistema electoral como en el sistema político Mexicano que den peso y voz a la ciudadanía, la renuencia a que un pequeño grupo concentre, sin rendir cuentas, la representación popular, en otras palabras, la “partidocracia”etc.

Se trató en realidad de un movimiento de protesta ante el malestar, hartazgo y desencanto de una parte del electorado, que aunque en efecto es considerable, debe tomarse en cuenta que solo involucró a un sector de éste: el informado, crítico, con niveles de cultura cívico-política por encima de los estimados en la mayoría de las encuestas que analizan el comportamiento ciudadano, educado, con estudios de nivel superior o profesionistas, de niveles socioeconómicos de medios a altos. En otras palabras, no bastaba con sentirse inconforme para acceder a tal propuesta; y como ejemplo de esto puedo mencionar que el principal medio por el cual se dio a conocer esta campaña fue sin duda Internet. Y es entonces cuando recurro al análisis formulado hace unas semanas por Octavio Rodríguez Araujo, en el que mencionaba que si sólo el 25 por ciento de la población Mexicana posee acceso a Internet y de ese 25 por ciento, incluidos muchos menores de 18 años, ¿cuántos y por qué artes o inspiración, consultarán los blogs que llaman a anular el voto? ¿Cuántos están interesados en las páginas de contenido político, incluidos los periódicos que pueden ser consultados por medios electrónicos?[5]

En los mismos términos , no bastaba tampoco con tener acceso a dichos medios sino poseer al mismo tiempo bastos conocimientos acerca de las implicaciones electorales que la decisión de anularlo podría acarrear. Todo esto ante la innumerable cantidad de argumentos a favor y en contra que no hacían otra cosa más que confundir a quien ingresaba a alguna de estas plataformas por un poco de información al respecto. Del mismo modo, al calor de la discusión, otro tipo de tópicos como la abstención, la reelección y las candidaturas independientes aprovecharon la ocasión para entrar al debate y de igual modo insertarse en la ya complejísima y ambigua gama de opciones del elector.

Cabe señalar que de ningún modo el abstencionismo se equipara con la decisión de anular el voto, en tanto que el primero afecta considerablemente a la democracia, pues esta encuentra su sustento en la participación ciudadana. El abstencionismo electoral se presenta cuando el ciudadano se priva de utilizar el mecanismo que tiene a su alcance para elegir a sus representantes o a sus autoridades y se mide por el porcentaje de quienes teniendo el derecho (y la obligación, aunque no sancionada) de ejercerlo, no acuden a las urnas[6]. Aunque la abstención tiene diversas fuentes pues puede ser producto de múltiples variables[7],como tal no sirve como instrumento para modificar la conducta de los representantes. Por otra parte y en lo que respecta a las candidaturas independientes, la ley ordena que, dentro de los partidos, todo; fuera de ellos, nada, por lo que el voto brindado a un candidato independiente o no registrado pasa a formar parte de los nulos, es por ello que se incluyó en los temas relacionados con esta campaña.

La tendencia a anular el voto ha crecido 1.87 por ciento respecto al promedio obtenido de las elecciones intermedias de 1991, 1997, 2003, lo que significa que una muy pequeña parte del electorado considera al voto nulo una opción para transmitir sus necesidades y apreciaciones. Mientras que lo contrario sucede con la abstención, pues ha aumentado respecto al promedio de las elecciones intermedias de 1991, 1997 y 2003 en un 10.31 por ciento aproximadamente. Sin embargo como ya hemos mencionado anteriormente, la abstención obedece a un sinnúmero de factores, muchísimos de ellos ajenos al descontento y el hartazgo y más bien cercanos a la desigualdad y la exclusión social.

La campaña del voto nulo, llega a los electores acompañada de la sospecha derivada de la manipulación gubernamental, de la Iglesia y de las dos fuerzas políticas que se disputan el poder (PRI y PAN). Numerosos rumores se desataron en torno a ella, lo cierto es que en efecto favorecía al voto duro, es decir, aquel que, debido a motivaciones derivadas del convencimiento ideológico o por encuadrarse en estructuras corporativas o clientelares hace votar al elector siempre por el mismo partido[8]. Sin embargo es importante mencionar que “no en todos lados el mismo partido es quien tiene mayor voto duro y, por eso, la pregunta de quién se beneficia del “no voto” no acepta una sola respuesta”[9]. Por otra parte, en efecto el voto nulo cuenta para determinar si un partido alcanza o no el umbral de 2 por ciento exigido por el COFIPE para poder preservar su registro , pues mientras más votos anulados haya, mayor es la probabilidad de que los pequeños pierdan su registro (mientras más cercanos estén a 2%) y en efecto, en las presentes elecciones el voto nulo obtuvo 5.39 por ciento de la votación total emitida e hizo quizá que el Partido Social Demócrata perdiera el registro obteniendo solo el 1.03 por ciento.

Continuando con los argumentos, Denise Dresser mencionaba que “la anulación se alimenta del humor público ante la persistencia de una democracia mal armada que funciona muy bien para sus partidos, pero muy mal para sus ciudadanos”. Las razones que están detrás de la participación política pueden ser muy variadas, sin embargo es claro que la participación motivada por el interés tiene tanto interpretaciones como consecuencias muy distintas a las de la participación motivada por el descontento. La primera generalmente es propositiva, acarrea consigo un proyecto o curso de acción, un efecto vinculatorio y un afán conciliador. La segunda difícilmente pasa de la manifestación del descontento y el hartazgo, difícilmente encarnará proyectos encaminados a la transformación, y tal parece que es el caso de esta campaña.

Coincido rotundamente con Dresser en que el movimiento Nacional a favor del voto nulo necesita articular una plataforma de demandas que traduzcan el agravio en propuesta. No basta con solo ir proclamando el agravio por todas partes, sino establecer al mismo tiempo puntos de acuerdo y soluciones concretas. Me parece que para “sacudir, presionar, exigir y empujar la profundización democrática” como Dresser menciona, se necesita más que un movimiento reducido solo a la expresión del rechazo, el malestar y la inconformidad.

Mauricio Merino enunció alguna vez que “con el voto se hizo la democracia mexicana”, me parece que no habría que estar tan seguros de ello, pues numerosos regímenes autoritarios se sometían a elecciones periódicas y el nuestro de partido hegemónico legitimaba su existencia y su actuar mediante ellas. “Simulaciones electorales, simulación democrática”, la Democracia sin participación es histriónica, las movilizaciones sin propuesta también lo son.

Habrá que ver si en efecto esta opción llegó para quedarse y si encarnará algún tipo de transformación en las conciencias y el desempeño tanto de la clase política como de los ciudadanos. Por el momento observo que el porcentaje de abstencionismo en estas elecciones fue menor al previsto por numerosos analistas, cuya estimación no descendía del 60 por ciento y que en estas elecciones se coloca alrededor del 55.5%[10], lo que nos indica que es muy probable que una parte del electorado abstemio vio en anular su voto una opción para manifestar su descontento, sin dejar de ejercer su derecho a sufragar. Sin embargo, aunque la anulación no atenta contra el proceso de construcción democrática, no ostenta en sí un mecanismo representativo en términos de participación ciudadana, pues solo se remite, como todo en la materia, a periodos electorales y al mismo tiempo corre el riesgo de no derivar en una propuesta concreta, pues sabemos que por sí mismo no logrará conmover a la clase política ni cuestionar en serio la legitimidad de un candidato o fórmula política ganadora.



[1] Con relación a la apatía basta con observar las cifras arrojadas por la ENCUP 2008, en la cual el 89% de los encuestados afirman no haber participado nunca en la resolución de algún problema que afecte a su comunidad. Del mismo modo, el 37.9 por ciento asegura interesarse poco y el 26.6 por ciento nada en la política, evidenciando un alto grado de indiferencia; finalmente el 34.2 por ciento expresa sentirse poco satisfecho con la democracia y el 20.1 por ciento nada satisfecho con esta.

[2] En lo que respecta al porcentaje de anulación del voto en elecciones federales, este alcanzó 4.38 por ciento en el año de 1991, 2.84 por ciento en 1997, 3.36 por ciento en 2003 y 5.39 por ciento en las elecciones del presente año. Por otra parte el porcentaje de abstención en el año de 1991 fue de 34.47 por ciento, mismo que en 1997 ascendió a 43 por ciento, y en el año 2003 alcanzó un alarmante 58.81 por ciento, mientras que en las presentes elecciones disminuyó a 55.96 por ciento. (Cifras del Instituto Federal Electoral).

[3] Meixueiro Nájera Gustavo, Disminuir el abstencionismo: un reto pendiente de la democracia en México. Mecanismos para evaluar la participación ciudadana. Colección Legislando la agenda social. CESOP. Primera edición. México, Noviembre de 2006.

Tan solo el 50.0 por ciento de los encuestados en la ENCUP 2008 opina que el voto es la única manera de que ciudadanos como ellos puedan opinar sobre lo que hace el gobierno.

[5] Araujo Rodríguez Octavio, ¿Para qué sirve el voto nulo? Periódico la Jornada, Jueves 4 de Junio de 2009.

[6] Pasquino Gianfranco, “Abstencionismo”, Diccionario de Política de Norberto Bobbio y Nicola Mateucci, p. 8.

[7] Según Dieter Nohlen estas pueden clasificarse en: 1.-Contingentes: como la imposibilidad del elector de asistir a la casilla y la coincidencia de eventos (familiares, deportivos, sociales) con la fecha de la elección. 2.-Individuales: como el nivel de educación, de ingresos o la edad del votante. 3.- Normativas: como la facilidad para el empadronamiento y la obligatoriedad del voto 3.- Políticas: como la evaluación general del sistema político, el sentimiento de que la participación influirá en el resultado de las elecciones, la confianza en las instituciones y las autoridades, la percepción de cercanía de los representantes con la población, el interés en la política y el desempeño del gobierno saliente, entre las más importantes.

[8] Crespo José Antonio, Voto Duro vs. Voto Nulo, Horizonte político, Periódico Excélsior, 25 de Mayo de 2009.

[9] Ibidem.

[10] Porcentaje obtenido restando a la lista nominal, la votación total emitida según el PREP Federal 2009.